CACTOBURRADAS
Publicado: Mar Sep 20, 2011 6:07 pm
Hola. Escribo este post con el ánimo de que contéis también vuestras experiencias ... sobre la inexperiencia, precisamente. Y es que en los comienzos de nuestra afición supongo que todos hemos cometido burradas cultivando cactus, errores garrafales que la perspectiva de los años agiganta todavía más. Os cuento dos, que tengo el disgusto de reconocer que protagonicé yo.
Primero. Durante un verano regaba los cactus con el cubo de mochar el suelo de casa. Con la infeliz y errónea suposición de que las plantas lo cuecen y admiten todo, infecté involuntariamente mi colección con una serie de hongos, encantados de pasar del mocho a los tiernos y suculentos tejidos de mis cactus. Por aquel entonces, todo eso de los riegos preventivos con fungidas que leía en algún libro me sonaba a música lejana, cosas raras que hacían en el extranjero.
Segundo. Fue mi tercer o cuarto año de coleccionista, cuando leí un folleto de jardinería donde se afirmaba que aunque los cactus no gustan del estiércol, se podían abonar dejando macerar estiércol en agua durante unos días, al cabo de los cuales se filtraba el caldo milagroso obtenido con el que se podía regar, a pequeñas dosis, los cactus.
Mi mujer (entonces éramos novios) y yo nos fuimos a buscar estiércol de caballo y lo encontramos en una carretera. Tras recogerlo con un pozal –aún estaba tierno— seguimos las instrucciones del manual para fabricar el milagroso mejunje. Yo no sé que tendría aquella especie de infusión, pero recuerdo que cuando regamos los cactus de la terraza de allí salía humo. Al día siguiente, salvo dos Opuntias y un Echinopsis el resto de la colección había sido fulminada por aquel caldo asesino, que más que nutritivo estiércol líquido, a las pobres plantas les sentó como ácido sulfúrico concentrado. Menos mal que el sobrante no llegó a perforar el suelo de la azotea, pero le faltó poco.
Primero. Durante un verano regaba los cactus con el cubo de mochar el suelo de casa. Con la infeliz y errónea suposición de que las plantas lo cuecen y admiten todo, infecté involuntariamente mi colección con una serie de hongos, encantados de pasar del mocho a los tiernos y suculentos tejidos de mis cactus. Por aquel entonces, todo eso de los riegos preventivos con fungidas que leía en algún libro me sonaba a música lejana, cosas raras que hacían en el extranjero.
Segundo. Fue mi tercer o cuarto año de coleccionista, cuando leí un folleto de jardinería donde se afirmaba que aunque los cactus no gustan del estiércol, se podían abonar dejando macerar estiércol en agua durante unos días, al cabo de los cuales se filtraba el caldo milagroso obtenido con el que se podía regar, a pequeñas dosis, los cactus.
Mi mujer (entonces éramos novios) y yo nos fuimos a buscar estiércol de caballo y lo encontramos en una carretera. Tras recogerlo con un pozal –aún estaba tierno— seguimos las instrucciones del manual para fabricar el milagroso mejunje. Yo no sé que tendría aquella especie de infusión, pero recuerdo que cuando regamos los cactus de la terraza de allí salía humo. Al día siguiente, salvo dos Opuntias y un Echinopsis el resto de la colección había sido fulminada por aquel caldo asesino, que más que nutritivo estiércol líquido, a las pobres plantas les sentó como ácido sulfúrico concentrado. Menos mal que el sobrante no llegó a perforar el suelo de la azotea, pero le faltó poco.