Mi señora y yo hemos estado unos días “en el extranjero” (así se decía antes), concretamente en el sur de Alemania, donde uno espera olvidar las rutinas y obsesiones diarias, entre ellas, claro, los cactus.
Y hete aquí que en Friburgo, el pasado sábado, en un variopinto mercado que los de allí montan al pie de la catedral, con aires de feria alternativa (comestibles, flor cortada, objetos variopintos, etc., ) nos encontramos inesperadamente con este puesto de venta de cactus regentado por una pareja de abueletes (derecha e izq. de la foto).
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Fue horrible por lo inesperado, porque ya nos íbamos –se nos hacía tarde--, y porque en la ‘paraeta’ había muchas piezas interesantes: de hecho era un puesto pensado para coleccionistas (¿o también puede que sea porque el nivel normal-medio de la gente es superior al de aquí?) con Lophohora, Ariocarpus, Strombocactus, etc. y géneros así. Al final, a la desesperada, me llevé un par de Turbinicarpus, y con las prisas hice la peor foto de mi vida. Me hubiera quedado allí toda la mañana. Vosotros sí que me entendéis.
Las plantitas han viajado en avión desenmacetadas, a raíz descubierta. Ahora, ya en casa, cuando den las primeras señales de vida (o de muerte), os lo haré saber.
